jueves, 17 de julio de 2008

Mario Benedetti
Uruguayo
 
 
Viceversa



María Elena Walsh (argentina)

Canciones

Como la cigarra
El 45
Serenata para la tierra de uno

Canciones infantiles

El reino del revés

Manuelita la tortuga





EN PAZ

Amado Nervo

Muy cerca de mi ocaso yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida.
Porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino:
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas.
Cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno...
mas tú no me dijiste que Mayo fuese eterno!
Hallé, sin duda, largas noches de mis penas
mas no me prometiste tú sólo noches buenas,
y en cambio tuve algunas santamente serenas...

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

Vida: nada me debes. Vida: estamos en paz.



MONOLOGO DEL AMOR

QUE NO QUIERE AMAR

Ignacio Anzoátegui

Este querer quererte por amarte
y este miedo de amarte sin quererte
y este querer perderte por ganarte
y este querer amarte sin perderte.

Y este ganarte sin saber perderte
y este perderte sin saber ganarte,
me dan miedo de amarte por amarte
cuando quisiera no querer quererte.

Este miedo de amarte sin ganarte
y este querer ganarte sin perderte
me obligan a perderte sin amarte.

Porque el miedo de amarte y de perderte
y el miedo de quererte y de ganarte
es el miedo de amarte hasta la muerte




Espantapájaros

No sé,
me importa un pito que las mujeres

tengan los senos como magnolias
o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz
que sacaría el primer premio

en una exposición de zanahorias;

¡pero eso si!
-y en esto soy irreductible-
no les perdono,
bajo ningún pretexto,
que no sepan volar.
Si no saben volar
¡pierden el tiempo las que pretenden seducirme!

Esta fue -y no otra-
la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas
y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese,
volando, de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!...
y a los pocos segundos,

ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.

Durante kilómetros de silencio
planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.

¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando las estrellas!
¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!

Después de conocer a una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos

una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay una diferencia sustancial
entre vivir con una vaca
o con una mujer que tenga las nalgas

a setenta y ocho centímetros del suelo?

Yo, por lo menos,
soy incapaz de comprender

la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.

Oliverio Girondo



LA HIGUERA


Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises
yo le tengo piedad a la higuera.
En mi quinta hay cien árboles bellos:
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos, que nunca
de apretados capullos se viste..

Por eso,
cada vez que yo paso a su lado
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
«Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto.»

Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!

Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:
-¡Hoy a mí me dijeron hermosa!

Juana de Ibarbourou



Fuente: http://comunidad.ciudad.com.ar




No hay comentarios: